Proyecto Huerta

La siembra de semillas nativas en 2013 fue el recurso con el que, junto con la modalidad de arte colaborativo se activó el interés por La Huerta. Allí, además de promover la propagación de semillas, se ha estimulado la emergencia de narrativas del territorio y el círculo entre lo rural y lo urbano. Documentar, circular e intercambiar en torno a una mesa, "pone en relación con los hombres", dice Hanna Arendt, establece un contexto para el encuentro entre habitantes de una vereda. La sala de estudio 104 de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, es el ámbito académico del cual deriva esta lógica de investigación interesada por el archivo, la autoría / memoria y la circulación referida al pensamiento de Walter Benjamin. (vídeo)

En 2014 la huerta se instala como un proyecto de creación en el proceso y de allí se convierte en una plataforma de exploración estética en el ámbito de las relaciones entre arte y vida con énfasis en la cotidianidad rural; de aquí que la huerta se ha dado a la producción creativa de la imagen, activando un método de trabajo de arte colaborativo y de visualización en comunidad.

Registrando y documentando las relaciones entre el paisaje y el patrimonio, entre la cultura y la vida cotidiana, atendiendo a las manifestaciones de la sensibilidad y el gusto entre los humanos y de ellos con el entorno; abre una indagación sobre los vínculos entre campesinos, sus prácticas de reproducción cultural y las interacciones entre la vida rural y urbana. 

Carta De Luisa Piedrahita Carta de Bruno Tackels (ESP) Carta de Bruno Tackels (FRA)

La Huerta, situada en la vereda Peñas Altas en Tinjacá-Boyacá -Región del alto Ricaurte-, gestiona una política estética del encuentro por actividades de intercambio referidas a las prácticas de cultivo, recolección, elaboración de alimentos y transmisión de los conocimientos sobre la vida local, el cuidado de la tierra y la conservación del medio ambiente. Genera una fricción positiva entre lo posible y lo deseable, entre tradición y actualidad, entre vecinos e invitados que participan del proyecto. 

Con el intercambio de las semillas se ponen en circulación los relatos de la vida doméstica que entrecruzan historias con experiencias sobre las prácticas locales y la producción agrícola. El espacio de siembra y de recolección en la huerta es el lugar fértil para captar, proyectar y compartir saberes, revelar vínculos y asociaciones entre los seres vivos que las constituyen, no solo en lo que se refiere a las plantas sino a los animales con los elementos elementos que sí se definen y también reciprocidad. Si bien la huerta es una práctica singular, doméstica, asociada a la cultura agrícola, persiste simultáneamente con la agricultura industrial como un espacio domestico de resistencia localque mantiene vivas tradiciones y prácticas terapéuticas, alimenticias y ambientales. Es un lugar que permite hacer visible un vinculo afectivo con la tierra.

El lugar de La Huerta y La mesa de encuentro se configura entre un bosque nativo de Robles y de Agraz, un campo de pastoreo para animales vacunados que producen el alimento para el clima, una quebrada que recoge las aguas de la vertiente de Fúquene y un nacimiento de agua bordeada por Alisos del cual se toma el riego para el cultivo.

La intersección de lo tradicional y lo contemporáneo son reflexiones entre los modos de vida, las políticas alimentarias y los saberes de los valores de la realidad en los diálogos críticos sobre el intercambio; con esto las semillas son, además del sabor de un territorio, un vector para la producción social del espacio sobre el que se mueven y comparten los conocimientos.

Adriano Rodríguez es vecino de la Huerta, nació en la región y es conocedor del entorno, sus recursos, costumbres y diversidad. Ha heredado de sus padres los saberes sobre los procedimientos tradicionales de la artesanía y la agricultura, que se ha completado con la participación en los talleres ofrecidos por las fundaciones protectoras de la región del alto. Ricaurte y sus habitantes. Su conocimiento en temas de conservación del agua, reconocimiento de flora y fauna nativa, siembra de frutales, cuidado de abejas, vacas, caballos, recuperación de deshechos para la producción de compost, lombricultura, etc., sumado a su activismo comunitario, lo llevaron un ser elegido Concejal hace años. Es padre de cinco hijos y su sustento lo consigue de la actividad agrícola y, en ocasiones, desempeña como maestro de la construcción.

Las semillas se pusieron en peligro durante las siembras. Cada semilla guarda una información ancestral expresada en su estructura genética y formas de adaptación, que es el resultado de cruces y de determinaciones que el medio ambiente y el cuidado del hombre ha tenido con ellas. El desarrollo de una sociedad depende de su interacción con el clima, el agua y la tierra, así como su relación con los organismos y los seres humanos que lo rodean, los que están involucrados, recolectan y ponen en circulación. Es en este contexto que una huerta, adquiere forma y enseña su lógica a través del tiempo. 

Las fotografías muestran que la tierra exige un periodo de adaptación. Durante la siembra se evidencia la transformación del paisaje. 

Quien siembra las semillas reconoce que no existe una identidad estricta entre las personas de la misma clase. Al nombrar las arvejas de doña Ana María, el frijol pintado arbolito, el maíz chiquito cuatro meses Tinjacá, es referida la semilla a una identidad de territorio; sus características de clase se suman a otros factores como las condiciones de las plantas anteriores, las plantas asociadas, la polinización, los nutrientes, el clima y las personas que interactúan y activan su reproducción. Si consideramos que el pasado de cada semilla remite a un proceso singular de adaptación, crecimiento e interacción, su "identidad" siempre se está redefiniendo como se asocia a un cambio permanente; así la denominación de las semillas nativas se condiciona a las prácticas de cultivo local. 

Dado que los límites de orden político y social se superponen a los ambientes individuales de cada semilla, diríamos que sus cualidades adaptativas inscriben a las semillas en un espacio del mestizaje, que las asocian con el intercambio entre las poblaciones y las prácticas que las reproducen. Hoy la identidad genética que se transforma mediante los cambios tecnológicos, cuestiona la territorialidad de las empresas mediante la proliferación del monocultivo incidiendo en las interacciones sociales, las tradiciones y el reconocimiento de los tipos tradicionales de la parcela. La interacción entre pobladores con la tierra los reafirma en el asentamiento y en sus parcelas; ellos no solo reproducen y protegen variedades que ya han sido adaptadas a través de los tiempos, permanentemente se actualizan vinculando e introduciendo nuevas experiencias a las prácticas de cultivo: mezclar, combinar, rotar entre otras, para preservar las plantas; cabe hacerse la pregunta: ¿acaso la circulación de semillas no significa eliminar la huerta de la parcela? ¿No es esto abrir un espacio al mestizaje entre huertas? Ciertamente, intercambiar semillas es una práctica de preservación que llama a la diversidad, a la adaptación, a la variedad y al mestizaje.

En la huerta hay ciclos y procesos de adaptación que implican la relación de la semilla con la tierra, el agua y el clima, así como con el medio ambiente: animales, plantas y comunidades, recolectan y circulamos. La huerta es un territorio de mestizajes, encuentros y apropiaciones donde interactúan poblaciones nativas que cruzan lo diverso y lo local. La huerta se convierte en un estímulo colectivo que invita a repensar las políticas de cultivo y alimentación y el ejercicio de las artes de la producción, la reproducción y la circulación mediante diálogos, pactos, transacciones, incluso desaciertos, a través de ellos, también, se intercambian saberes y se crea enlaces afectos y tensiones con la tierra; intercambios entre las prácticas de los demás y las necesidades de los demás; provocaciones de lo rural hacia lo urbano y viceversa.  

Los frutos de la huerta son historias genéticas en diálogo con el ambiente, la tierra y los cultivadores.

El lombrizario es un contenedor de lombrices rojas (Eisenia foetida) que transforman su alimento -material orgánico, desechos y excremento de animales- en tierra fértil, sustrato y lixiviados, en abono para las plantas. Equivale para la huerta lo que una cama para una casa; se define como un dispositivo de tecnología limpia donde se transforma la materia y se produce los nutrientes que estimulan el cultivo. Esta 'cama' es la fábrica de nutrientes que, además, modifica nuestra relación con el desecho y nos invita a pensarlo como el dispositivo de transformación, metáfora de la creación.

Las lombrices requieren un medio húmedo y oscuro para trabajar, son incansables y silenciosas y las abrigan el calor que producen la materia en descomposición. Internándose un poco en el fondo de 'la cama' transformando todo el material disponible; retornan a la superficie cuando inician un nuevo ciclo, cuando se les suministran más desechos. A modo de analogía podemos decir que los desechos son sublimados por las madres para generar nutrientes, así como las experiencias diarias de los hombres se subliman en productos creativos, en procesos que alimentan la creación, en la fuerza vital para la vida y el arte. 

Registrando y documentando las relaciones entre paisaje y patrimonio, entre cultura y vida cotidiana y atendiendo a las manifestaciones de la sensibilidad y el gustoentre humanos y de ellos con el entorno, súbitamente ha ocurrido un desplazamiento de la mirada; un giro que permite otra comunidad de seres compartir un espacio de transición como la ventana de una casa. No sabemos cómo interactuar con estos seres o, si es posible hacerlo. Este giro en la observación es la mirada durante más de un año en una comunidad de abejas instaladas en el vano de una ventana. Sepa su día de hoy desde la transparencia del vidrio y el pecado intervenir en su cotidianeidad; su maravilloso proceder y la organización en un ámbito que no las expulsa-como que es común en la ciudad- permite que su enjambre se asiente en la armonía del jardín al aire libre que hacemos los humanos. Es una forma de documentar nuestras relaciones cuando están mediadas por la 'naturaleza animal': entre cultura y vida cotidiana.

¿Qué nos muestran? ¿Sobre qué temas de la sociabilidad y cooperación nos interpelan? ¿Cómo proceder para la producción de alimentos para ser una colonia sustentable?

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Retratos hablados

El proyecto Retratos hablados , la historia y el patrimonio, entre cultura y vida cotidiana, atendiendo a las manifestaciones de la sensibilidad y el gusto (agosto de 2015) entre humanos y de ellos con el entorno, la huerta permite indagar los vínculos entre campesinos y de ellos con la vida urbana y hacer una mirada a las prácticas productivas enfocando aspectos de la circulación y la cultura. El proyecto Retratos hablados, ganador de la convocatoria Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) en fotografía de CRESPIAL_unesco 2015-16, una adaptación dinámica en la comunidad de la vereda Peñas bajo, Tinjacá, con el fin de captar y visibilizar una imagen de sí de los habitantes. Desarrolló durante un año actividades de intercambio,

Mesa escultórica, espacio escultórico de encuentro, intercambio y circulación, entre hortelanos urbanos y hortelanos rurales

El proyecto Mesa escultórica, espacio escultórico de encuentro, intercambio y circulación, entre hortelanos urbanos y hortelanos rurales, llave de acceso para la activación de espacios públicos de la Red de galerías Santafé-Idartes, 2016, se desarrolla en el espacio asignado por la Galería en la Estación de la Sabana, una experiencia escultórica en la que se pone en contacto con las comunidades hortelanas -una zona rural (vereda Peñas Bajo-Tinjaca) y una urbana (Ecobarrio-Bogotá) un entorno expositivo de ' huerta relacional con mesa de encuentro '  propiciando la producción de una imagen -producto de una creación en proceso-  acumulando día tras día, durante tres meses, registros de encuentros, trabajo con plantas y actividades conexas, hasta conformar una imagen archivo vivo    -en situacion- Sobre el círculo entre Territorio y huerta; hortelanos que apuntan cada uno de sus experiencias a un lugar no presente y un tiempo desplazado del origen.

La Mesa Radicante:  un dispositivo vinculante entre huertas veredales y plazas de mercado

El proyecto es una experiencia de arte colaborativo entre investigadores, artistas y agricultores. Se trata de una práctica artística radicante: dislocar La Mesa y ponerla en camino, hacer un dispositivo móvil y vinculante entre huertas veredales y redes / plazas de mercado.

Radicante activa y produce contenidos que vinculan arte, cultura e investigación; de esta manera representa una acción central de comunicación e intercambio, presentando una experiencia sensible-estética sobre el intercambio social, simbólico y económico, y recogiendo las narrativas que se derivan de los mismos.

Por medio de la relación cuerpo-paisaje, y potenciando una experiencia relacional en la vida rural, el proyecto es una forma de fortalecer los vínculos sociales con el territorio. Se valoran los "modos de ser y las prácticas prácticas", fortaleciendo las pautas de representación de las comunidades del área rural de la región.

Huellas, voces y gestos del trigo en la huerta

Las experiencias, encuentros e indagaciones históricas mediadas por la  semilla de trigo, resonaron principalmente con la memoria de los adultos mayores de la región los cuales participaron en el desarrollo de cada una de las practicas y técnicas, asociadas al cultivo del trigo que durante tres cientos años fue protagónico de la economía y la cultura de la región del Alto Ricaurte. 

La huerta fue el lugar de la experiencia del trigo para arar con bueyes, sembrar, regar, segar, trillar y finalmente preparar alimentos.

Así, relatos, acciones y gestos vividos en la infancia de muchos de los hoy adultos mayores que participaron del cultivo en la vereda hasta hace cuatro o cinco décadas, emergió visible a manera de una escritura corporal; es a esta manifestación de la experiencia a la que llamamos huellas, voces y gestos.

Las arepas de trigo con Rebancá, una tradición olvidada y asociada con la ‘desaparición’ del Rebancá una ‘hortaliza’ de la clase del rábano que hoy se cataloga como maleza y crecía en las huertas asociada al trigo; sus hojas se usaban cocidas para rellenar las arepas, para aliñar las sopas, (el cuchuco) y se prepara en guiso como guarnición de las comidas.

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Encuentro de vecinos en la mesa preparando cuchuco de trigo con lo sembrado en la huerta: trigo, habas, arvejas, calabaza y rebancá y las papas fueron las invitadas.