Texto escrito por Gilberto Bello, antropólogo, critico de teatro y docente universitario en Universidad Javeriana Bogotá con ocasión de la exposición del libro Casa Vacía, Marzo 2014.
Casas cruzadas
Detrás de cada obra de arte una historia se debate por sobrevivir en la batalla constante que expone todo pensamiento al olvido o, en caso contrario, a la obsesión.
Trixi Allina Bloch gusta de madurar sus trabajos en el silencio y la observación juiciosa de los objetos condenados a la destrucción, bien por causa del huracán de la modernidad o bien porque los hombres huyen sin dejar rastro y lo cuidado con esmero en el pasado alcanza la fase de una muerte lenta: lo irremediable también cobija con su manto a los objetos, las cosas, las edificaciones y los paisajes.
Abordar un viaje repetido produce sensaciones distintas de tiempo, espacio y emotividad. Lo externo nos mira, algunas veces lo miramos; si vemos desde la ceguera tenemos apenas una mancha que cruza a toda velocidad y nada queda, flotamos en un mundo conocido por la rutina y acomodados a ello no queda nada. Allina es una artista que mira con emoción despierta y angustia en la piel. Su más reciente trabajo es producto, como diría Walter Benjamin, de la mirada localizada en la sensación y de allí intenta viajar al pantanoso espacio de la razón que, casi siempre, es una campo de batalla sembrada de dudas; al arte quizá sea, en muchos casos, la importancia de concederle a la inseguridad un lugar para que otros, diferentes al artista, transiten por la vía de lo pensado y guardado como un arcano personal.
Allina mostró su último trabajo en la Universidad Nacional de Colombia, otra de sus tantas casas, y se fundamenta en una edificación, zona rural, orilla de carretera, vista a la vista, sola, yerba crecida, rodeada de niebla, aposentada en un promontorio que la eleva a la categoría de monumento ruinoso. Lo estático formal siempre desencadena preguntas en los artistas; ellos buscan el movimiento íntimo, no esperan encontrar explicaciones, no quieren mensajes directos y se lanzan a la aventura de la creación: camino muy transitado (no siempre con validez) y puerta de entrada a la “dimensión desconocida”.
Quería escribir o trabajar un libro objeto que diera razón de un día de la casa; de cientos de días. Es posible que un día contenga muchos días en la mente de un artista. La casa allá, más allá de la carretera, unas veces precisa, otras veces oculta y dibujada en la mente cientos de veces fue motivo de imágenes que, reunidas, de la madrugada a la noche, obligan a mirar; veredicto pronunciado por artistas que en la figuración allanaron el camino para otra mirada; la rutina va desprendiendo una cierta densidad inocultable por acceder al “presente misterioso”.
Toda casa es una historia, muchos recuerdos, fotografía de lo cotidiano, relaciones ocultas. No hay casa sin historia y esta sin fantasmas, los habitantes de las casas desiertas son los mismos de siempre sin figura corporal. Allina, con imágenes en movimiento, transita por ella como un testigo experto que contempla el nervio oculto de la decadencia. Metáfora de las huidas, los desplazamientos, los años que pasan y se llevan casi todo igual a ríos tempestuosos que casi siempre trazan nuevas geografías y distintos caminos: el triunfo de la naturaleza sobre la soberbia de los humanos.
La historia de la casa la animó a convertir sus imágenes en palabras. Aquí entramos en intrincados territorios de nuestra historia y también de la personal de la artista. Una crónica de paramilitares le sirvió de base para transponer sus acumulados pensamientos cotidianos e ingresar en una lógica intuida. La palabra cuando no es un reflejo nominalista del pensamiento se desata, “se levanta la bata”. Libre de presiones es capaz de cambiar de sentido sin continuidad e ingresa por vericuetos y caminos insospechados. Allina “escribe sobre un cuerpo textual ya escrito” (El caso Klein: el origen del paramilitarismo en Colombia, reportaje de Olga Behar y Carolina Ardila Behar). Borrar, criticar y exponer sus sensaciones después de leer tramos de esta historia, de este país sumido en las mentiras por sus cuatro costados y por todos los actores que sin valentía, aquella que Ezra Pound llamó “esencial”, amañan los acontecimientos a sus intereses.
La casa entonces se junta con la palabra en una semántica simbólica, intercambio de nostalgias y de soledades, preguntas directas enredadas en palabras claves derivas de “la sinfonía silenciosa de la casa”. Los artistas tienen la cualidad, Marcel Duchamp tenía razón, de volver cierto lo incierto, devolver la textura a lo liso y refundir lo que la naturaleza ofrece; palabra y naturaleza, casa y territorio, paisajes extendidos y diversos forman el universo creado por Allina para dar razón de muchas nostalgias y sutiles inquietudes: Amanecer, neblina, un perro, fantasía, nitidez, sombra, ocaso, nadie, fantasmas y objetos.
La visión es incitante, recorrer las imágenes lleva al paisaje que nunca es igual, siempre sugerente, en ello radica la visión crítica de la artista. El drama de los acomodados es que nunca ven más allá de sus narices. El libro reescrito demanda tiempo y lectura; tarea de descubrimiento, escribir sobre la escritura para contar nuevas historias y configurar escuchas de un diario de artista íntimo y oculto. Allina se pasea por la palabra y la imagen con el desconcierto de aquel que sabe lo que hay detrás de los muros, las ventanas a merced del viento y las puertas inclinadas sobre su propia ruina. Reconoce que las palabras, algunas veces, defienden lo indefendible y reescribir sobre ellas es una tarea necesaria para despejar la niebla que oculta la interpretación: la casa algunas veces se ve completa y en otras visitas es un boceto, como la historia de un país que se debate entre la luz y la sombra que violenta todo lo que nos rodea.
Con cariño,
Gilberto Bello D.